lunes, enero 24, 2005

para: lineatransparente@cendoj.ramajudicial.gov.co

Estimados/as Señores/as

Empiezo por el final que es también el principio. Me uno a los inmenso pedidos, protestas y demandas para que sea aplicada la justicia en el caso de Sandra Orejarena, una mujer violada por alguien que no respectó el derecho que tenemos toda y cualquier persona a su integridad física. No interesa para el caso si quien cometió el delito es diputado, camionista o astronauta. Lo hizo y deberá acatar las normas establecidas por el sistema de justicia en que "habita" su vida.

La violencia sexual es un acto prohibido dentro del código de normas de los humanos, por los menos en muchos de los países del mundo. Ningún ser humano, mujer, hombre, niño o niña debería ser victima de abusos sexuales, ser invadido en su cuerpo contra su voluntad. Ya llegamos a esa conclusión hace mucho tiempo, la carta de derechos humanos lo plasma, la constitución colombiana también, ya para no hablar de todas las convenciones de las naciones unidas que se refieren a la problemática de la violencia contra las mujeres. Las leyes son claras, no es por ahí la indecisión. ¿Qué pasa entonces para que la violación siga suscitando dudas en su desaprobación y penalización ?

Sabemos que por veces los limites entre el si y el no en los placeres o conquistas sexuales pueden tener una interpretación amplia. Pero sabemos reconocer cuando alguien es obligado/a a mantener actividades sexuales contra su voluntad. Y a eso llamamos violencia sexual. Una violación no tiene, no debe, ocurrir; cada uno y cada una deberemos ser responsables de nuestro cuerpo, no ser invasores ni invadidos, estar en plena libertad de cada cuerpo y cada ser. La violación es un delito, es un crimen, un atentado a la integridad física. Y no puede ser ignorada ni dejada impune.

Sandra somos todas, todas somos Sandra, dijeran. Sandra somos todas, todas somos Sandra, digo también. Las mujeres somos predominantes entre las victimas de violencia sexual, que sigue siendo permitida y reproducida en esta lógica cultural, política y social predominantemente androcéntrica, que somete todavía la mujeres a posiciones y condiciones de sumisión, desvalorización y desigualdad frente a los hombres. Pero Sandra somos también todos los niños varones, las niñas, todos los jóvenes violados y abusados sexualmente. Somos las personas que tuvieron de pasar por la sensación de culpa, suciedad y desespero por haber sido violentadas en su integridad más intima, su cuerpo y su sexualidad. Sandra podríamos ser una prostituta, travestí, rural o urbana, haber estudiado medicina o conocer las artes de la agricultura y de la naturaleza, hombre, mujer, todos, algunos o ninguno, podría ser cualquier de nuestros niños y niñas, de nuestros hijos y hijas, de nuestras madres, vecinas, amigos o amigas.

Hagamos lo que tiene que ser hecho para que puedan existir cada vez menos casos como el de Sandra. Reconozcamos que todo y cualquier ser humano tiene derecho a que respecten su cuerpo. Apliquemos correctamente los instrumentos jurídicos y sociales que construimos y tenemos a nuestra disposición para poder ir construyendo nuestro mundo y nuestra justicia al alcance de todos y todas.

Atentamente

Ana Paula Gomes Silvestre